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domingo, 6 de febrero de 2011

El Encuentro

El Encuentro

    
...el mar se acercó a saludarle...

      Juan estaba parado al lado del mar. Cuando llegó, el mar se acercó a saludarle, tal como hacía siempre. La naturaleza siempre había querido jugar con él. Al mirar los árboles, se ponían a bailar. Incluso a veces pasaba que los pájaros se sumaban a la danza, y describían espirales alrededor de Juan y de los árboles, al ritmo de la silenciosa canción de la Tierra.
     Su padre fue un hombre recto, todo el mundo lo decía. Las pocas veces que le acompañó al campo, siempre era con un libro en la mano. “Mira, este pájaro que hay a la izquierda es un cuervo. Malos bichos, los cuervos. Su nombre en latín es...”. Pero a Juan no le importaba ni el nombre en latín ni lo que pensara la gente de los cuervos. Para él, eran animales audaces cuando cruzaban volando las carreteras, y también sociables, pero sin gusto por las multitudes. Un poco como yo, pensaba.
(...) Malos bichos, los cuervos. (...)
     Juan recordó brevemente a su padre al mirar aquella foto vieja. Había muerto hacía varios años, y todo el mundo adoptó una postura reverente al acercarse a su cama y más tarde a su ataúd. Él estuvo en el entierro, y no lo sintió demasiado. Juan sabía que un día también moriría, de hecho sentía ya próxima la muerte. Con cada nuevo achaque se despojaba de una nueva capa de personalidad. ¿Para qué las quería? Poco a poco iba adentrándose más y más en el presente, qué otra cosa cabe cuando uno se hace viejo, decía, y sabe que ya no hay objetivos y que los recuerdos desaparecerán al traspasar el umbral.
     -No, yo no me ato a los recuerdos, ni a estas fotos, lo único importante para mí es que hayas venido a verme”, - le decía siempre a su sobrina.
     -Pero te agradeceré que me traigas algún póster de esos tan bonitos de paisajes que compras en la ciudad”.
     -Sí, tío, pero no te vuelvas a escapar de la residencia...

... él conocía a esa mujer...
     Y ahí estaba de nuevo, mirando los reflejos del agua cuando las olas retrocedían sobre la arena. Sintió una presencia y levantó la vista. Supo al momento que él conocía  a esa mujer desde un pasado lejano. Juan no sabía si ella era consciente de los que les unía. Se quedó unos instantes dudando qué decir, y cuando fue a abrir la boca ella le hizo un gesto. ” No es necesario”, sintió Juan que le decía. Los ojos de la mujer chispeaban de vida a pesar de su edad. Lo sabe todo, pensó.
    La cogió de la mano y se sentaron juntos en la arena, y cuando cayó la noche hacía rato que ellos ya no estaban allí.




                                                                             Maite.                        

   



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