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viernes, 9 de octubre de 2015

Aproximación general a la homosexualidad de origen neurótico


Orientaciones de género y neurosis.


2ª Parte: Aproximación general a la homosexualidad de origen neurótico,


Habiendo hecho una crítica a la temática del género en la primera parte, adentrémonos en los aspectos clínicos relacionados con ello.

En un artículo anterior hablé acerca de qué es el amor en relación con el sexo “Consideraciones bioenergéticas sobre el amor sexual ¿El sexo es amor? ¿El amor es sexo?” (Cepsiblog, 12 – 2014) y en otro previo acerca de la sofisticación sexual “Sobre la sofisticación sexual en Bioenergética  y Ontoenergética” (Cepsiblog, 09 – 2014). Remito al lector a ellos por no redundar.
Afirmo que cualquier dificultad de cómo manifestar el amor y la sexualidad obedece a situaciones insanas neuróticas, excluyendo algunas escasas problemáticas orgánicas y genéticas.

El propio término homosexual nos remite a una historia conflictiva en el que se ha considerado y aún se considera, en ciertos colectivos y personas, como una enfermedad o desviación de la moral y hasta un vicio adictivo.


Desde el punto de vista de género debe considerarse como una más de las diversas variantes en que el género se manifiesta en lo social, cultural y político. Una opción personal entre otras en las que la persona se manifiesta desde su dignidad y libertad. La opción de identidad sexual es del todo inviolable y nadie tiene derecho a cuestionarla. Ya vimos en la  1ª  Parte: “Introducción: Género y neurosis” como con la sociedad y cultura patriarcal-autoritaria en la que se dicotomiza y opone a los dos sexos entre sí y se les fija unas expectativas y normativas tradicionales culturales. Ambos géneros se ven obligados a ajustarse a unas estereotipias dictadas por la dominación de origen patriarcal ocasionado un sexismo apenas cuestionado. No cuestionado en tanto que se comparte tanto por parte del dominador como por el sometido y, en este contexto metal común, el aspecto de sumisión por parecer algo natural, como algo esencial, permanece incuestionado.

En ese artículo explico cómo bajo una estructura patriarcal y de dominación de los valores masculinos (actividad, presencia, notoriedad, prestigio, lo público y poder entre otros), se opone a los valores femeninos (pasividad, sumisión, dependencia, crianza, cuidado y lo domestico). Donde la primera opción es dominante y valorada; y la segunda, aunque reconocida, permanece invisible y desvalorizada. Sin caer en el antagonismo y conflictividad de este aspecto de la cuestión de género, ello crea condiciones en las que las masculinidades y feminidades que no encajan con lo normativo se reprimen, desprecian e incluso se condenan. Los niños y adolescentes deben realizar esfuerzos adaptativos para adecuarse a las pautas de dominación presentadas por lo que llamo “Tecnologías de violencia de género” dentro de las cuales crecen, se forman y viven encorsetándolos en un pensamiento único normativo. Y aquellos/as que no pueden asumirlo o acatarlo quedan en la franja marginal estigmatizados con el rótulo de enfermos o “raros”. Y ya en la marginalidad se ven obligados a asociarse en colectivos de presión civil e incluso en formas de vida aparte del grueso y mayoría normativamente heterosexual con finalidad reproductiva.


Esos niños y jóvenes con percepciones de su identidad sexual algo diferentes a lo normativo deben realizar esfuerzos para funcionar dentro de un sistema que los excluye y marca como diferentes. En este contexto ya de sí marcadamente neurótico, se fuerza a todos sus integrantes a vivir dentro de un marco general neurótico. Si los padres, familiares, educadores y cultura son neuróticos ¿cómo no  van a reproducir esta patología las nuevas generaciones?
Si a esas criaturas se les observara, atendiera y comprendiera; si se empatizara con ellos para apoyar sus atributos y potencialidades, en vez de normalizarlos, tanto las masculinidades como las feminidades serían abiertas y con tantos matices como individuos. En ese caso, utópico hoy por hoy, al suprimirse en gran parte el contexto ambiental neurótico, las problemáticas de géneros desaparecerían. ¿Dejarían de existir homosexuales, bisexuales y transexuales? Seguramente no. Pero estas categorizaciones perderían su sentido disgregador. Aquellos-as que se sintieran en un cuerpo con un sexo con el que no se identifican podrían transformarlo conforme a sus necesidades existenciales considerándose algo natural. Al no existir un marco normativo de masculinidad y feminidad, esos niños y niñas madurarían sus peculiaridades de género de forma no conflictiva y sus relaciones entre sí serían matices de la infinidad de posibilidades de exteriorizar la propia personalidad.

El amor estaría libre de condicionamiento cultural y su esencia última, la confianza y entrega, sería lo que importara. El explorar y experienciar formas de manifestar amor entre la multiplicidad de posibilidades de género sería algo plenamente normal y formativo. El que se pudiera experienciar con la diversidad en cuanto a género sin necesidad de definirse en ninguno normativo haría que las conflictividades neuróticas desaparecieran como generadoras de malestar y sufrimiento. Un niño-a o joven podría explorar conforme a sus tendencias existenciales su modo de ser y vivirse sexualmente; y cualquier elección sería aceptada como natural. No existiría la imposición normativa de la heterosexualidad monogámica, ni la bisexualidad, ni la promiscuidad, ni la homosexualidad. Todo ello únicamente tiene sentido y manifestación en un marco dogmático neurótico. Que los niños y jóvenes jugaran y experimentaran sus sentimientos y sensaciones corporales con plena libertad y pudieran manifestar su gozo y bienestar físico y afectivo sin ningún marco normativo disolvería en gran parte cualquier conflictividad de género. La norma crea diferencias. Si no hay un marco normativo dogmático, si se da libertad de exploración del propio potencial, lo que se cultiva es la libertad y la integración de lo diverso como natural.

Tradicionalmente se da una tendencia polarizada entre los defensores de la génesis de la homosexualidad por causas ambientales y las que la atribuyen a condiciones genéticas. A mi parecer la realidad es mucho más compleja. Las investigaciones serias indican que, salvo rarísimas excepciones, no se trata de algo cromosómico ni genético. Se ha descubierto que en la fase fetal pueden darse circunstancias hormonales tanto en el que deviene a varón como a hembra que puede predisponer hacia una cierta tendencia. Las enzimas que influyen en la producción de testosterona fetal en la fase de diferenciación sexual aún no se sabe a qué se debe que se dispongan en su justa medida o en déficit o exceso, configurando el aspecto formal corporal en caso muy marcado o en cierta tendencia en otros más comunes. Actualmente, a partir del 2012 por los estudios de Rice, Friberg y Gamiels ha aparecido la Epigenética que consiste en una serie de mecanismos que hacen que determinados genes se manifiesten o no. Se considera que sería responsable de que, a lo largo de sucesivas generaciones, a veces se produzcan niveles más altos o más bajos de hormona testosterona en cierto periodo fetal que configure determinadas áreas cerebrales (en concreto del hipotálamo) que influyen en la orientación sexual sea dando lugar a tendencias de conductas homosexuales, como en la sensibilidad a la acción de feromonas masculinas o femeninas. Así puede darse que un feto que hereda la instrucción de ser muy sensible a un descenso de la testosterona, facilitará que tienda a ser un niño gay si se produce la disminución de la hormona a través de dos procesos aparentemente opuestos; el primero en el que se produzca un nivel bajo de la hormona; en el segundo, que se produzca un nivel muy alto de testosterona y que justamente este excedente de hormona produzca el efecto “aromatización” mediante el cual se transforma en estradiol (una hormona femenina) debido a la intervención de una enzima llamada aromatasa. Y si un feto femenino hereda la instrucción de ser muy sensible al exceso de testosterona, y eso sucede, de mayor será una niña con tendencias lesbianas. Es bien sabido que la acción de encimas sobre las células tanto en el citoplasma como en el núcleo celular obedece a condiciones sistémicas de la ecología del medio uterino-extrauterino-ambiental; el estado vivencial y energético de la gestante tiene un papel importante, pero no culpabilicemos pues se trata de mecanismos energéticos y por tanto inconscientes que afectan a la vivencia simbiótica de la madre con el embrión o feto. Del mismo modo que nadie se hace responsable de que algunas encimas alteren ciertos componentes genéticos y células sanas se malogren en cancerosas; del mismo modo el que ciertas encimas en ciertas condiciones aún desconocidas afecten la producción de hormonas sexuales durante la gestación no deben juzgarse como responsabilidad de la madre o del sistema energético en el que esta vive en el contexto familiar, social y cultural. El asunto es que tal posible predisposición se actualice o no en el marco de la socialización una vez nacido. Otra investigación acerca del origen de la homosexualidad masculina  indica la posibilidad de que el útero materno cree anticuerpos para defenderse de un antígeno que secreta el feto masculino (antígeno H-Y) menguando el poder virilizante de éste cuando ya se han alumbrado varios varones sucesivamente. Así el cerebro no se masculiniza al modo estándar (Blanchard y Klassen 1997). Incluso tampoco sería considerado como imposible el que pudieran darse ciertas condiciones de tipo kármico en la génesis, abriéndose el aspecto transpersonal. Cerrar la mente a posibilidades hoy por hoy va resultando a-científico, pues condiciona toda investigación limitándola a la física y metafísica newtoniana y negándose al nuevo paradigma relativista-cuántico. En tal aspecto aún estamos en un analfabetismo, o empezando a esbozar las primeras palabras tanto leídas como escritas.
A partir de aquí sí se puede afirmar que el peso de la cultura y del poder que la sostiene hace el resto del trabajo configurando los aspectos de género que en la estructura actual son negadores de la vida y la libertad,  generando una neurosis colectiva de la cual todos formamos parte y la reproducimos en mayor o menor grado. Es justamente esta gradación de la problemática neurótica la que produce dolor y sufrimiento en las personalidades, creando configuraciones caracteriales insanas que, en lo que hoy nos ocupa, definen la problemática de género actual y sus posibles medidas de sanarlo.

Toda neurosis afecta la identidad de la persona y dificulta el contacto con su ser, por ello todo individuo nacido y culturalizado es esta cultura neurótica funcionará en resonancia a la misma. Y toda neurosis producirá inseguridad y falta de integridad en la vivencia y expresión de los sentimientos sexuales. Esta falta de integridad es lo que desencadena lo que se denomina homosexualidad latente. La homosexualidad latente es directamente proporcional al rigor neurótico. Nadie escapa a ella del mismo modo que nadie está exento de algún grado de neurosis. Hoy, concretamente me voy a ocupar de aquella homosexualidad que se manifiesta bajo el influjo neurótico tal y como en otros aspectos  la sexología se ocupa de sanar y curar las disfunciones que surgen de una heterosexualidad neurótica, o de conflictos y padecimientos psíquicos que también son debidos a la neurosis como obsesiones, angustias, depresiones, fobias, etc.  Resulta evidente que género, desempeño amoroso-sexual y patologías psico-emocionales coexisten creando un cuadro personal único que implica sufrimiento e infelicidad, imposibilitando o dificultando la autorrealización personal como aspecto central o eje del sentido de la vida de cualquiera.


Sé que esto último puede molestar a ciertos homosexuales y heterosexuales, pero mi función no es contentar a todos, sino comunicar lo que considero importante y contribuir a que cada cual pueda lograr una vida más saludable, enriquecedora y abierta a la autorrealización. No pretendo decir que la homosexualidad sea una enfermedad. No lo es. Puede ser simplemente una manifestación del grado de neurosis y, por tanto, de sufrimiento ligado a una identidad sexual y de género. Lo que pretendo sanar es el grado de neurosis y, en consecuencia, dependiendo del condicionamiento neurótico responsable de esa tendencia homosexual, ésta se mantendrá, se transformará o evolucionará.


De acuerdo con lo dicho, poco podemos influir (debido al desconocimiento) en las determinaciones o predisposiciones debidas a los efectos epigenéticos hormonales fetales; están en estudio las condiciones enzimáticas que lo desencadenan y apenas se sabe sobre las condiciones orgánicas, energéticas y ambientales que las desencadenan. Únicamente decir que las condiciones cuanto menos estresantes sean, mejores condiciones saludables se dan y cuanto menos tóxicos haya en el organismo, más sano y armónico este se mostrará. Las condiciones extremas de disgustos, desgracias, dolor, etc., nunca podrán estar bajo control y aunque el potencial de resilencia es muy potente en una cultura sana, no garantiza que intenso dolor físico y psicológico altere la bioquímica y condición energética del sistema orgánico. Podemos apoyar durante la gestación tanto a la gestante como en su sistema familiar inmediato que las condiciones sean las más favorables y saludables, pero con la relatividad que las condiciones sociales, económicas, culturales y políticas lo permitan. Es la pareja gestante junto a su unidad familiar el primer eslabón de influencia en la salud del embrión y feto. Y siempre partiendo del presupuesto que el embarazo es deseado y apoyado por el ambiente familiar.

Una vez nacido, con o sin predisposición constitucional y epigenética, empieza el periodo de gestación extrauterina en la que el influjo del medio familiar como expresión de lo social actúa con gran poder. Y después, con o sin lactancia materna, sigue la socialización, culturalización y educación cada vez con mayor intensidad.
Veremos que en la génesis de esta manifestación homosexual que nos ocupa aparecen rasgos de tipo esquizoide, orales, masoquistas y edípicos. Cada uno de ellos por aislado genera un tipo específico de dolor y negación de sí mismo, sin determinar la homosexualidad; sólo en su acción combinada puede precipitarla como única salida posible de aliviar el conflicto interior.
Una vez nacida, la criatura humana, entra en la fase de “gestación intrauterina. En ella entra en juego la confirmación del derecho a existir. Los desafíos y dificultades que pueda encontrar en esta primera etapa generan las defensas de tipo esquizoide, siendo un intento de supervivencia en un contexto vivido como negador de la vida. Todo gira en torno al cuidado y sensación de seguridad y entrega del recién nacido hacia la madre o a quien haga sus funciones. El aspecto esquizoide de la homosexualidad neurótica se manifiesta en la dificultad de sentir sensaciones y sentimientos genuinamente corporales, siendo suplidos por otros de tipo secundario derivados de lo ideacional, lo que hace que sus contenidos sean imaginativos o fantasiosos y fácilmente desajustados con el principio de realidad facilitando cuadros depresivos. Veremos en próximos artículos que en  todo individuo con rasgos esquizoides se puede encontrar cierto grado de tendencia homosexual y también puede afirmarse que en todo homosexual neurótico se muestran defensas esquizoides; entendiendo bien que hablar de defensas esquizoides no significa que se trate de una patología esquizofrénica en el sentido psiquiátrico; la esquizofrenia supone una ruptura de la integridad yoica, y el esquizoide no la presenta, aunque su estructura yoica sea vulnerable y muestre cierta fragilidad.

En la vulnerable fase de lactancia, la relación del bebé con la madre y con el entorno a través de ella es muy importante. La madre puede haber satisfecho las necesidades de seguridad y confianza en la vida, pero ésta puede estar distante del contacto afectivo con su criatura o sentir ciertas fantasías compensatorias de sus frustraciones y carencias en volviendo ese contexto íntimo de un aire de excitación sexual-erótica que la criatura no puede integrar ni asimilar. Su sexualidad global y polimorfa puede ser condicionada por la excitación de la madre al darle el pecho o tocarla y crear un tipo de fijación libinidal entre ambos; creándose un lazo de dependencia. En esta fase está en juego el derecho de recibir y tomar del mundo; y la satisfacción de este derecho puede quedar condicionada por componentes excitatorios sexualizados procedentes de la madre que los vincula en dependencia. Estas dependencias afectivas ligadas a la oralidad infantil mal resueltas o con carencias teñirán e interferirán en las siguientes fases evolutivas, a más de predisponer a fases depresivas sea seguidas o no de episodios eufóricos o maniacos.


En tercer lugar esta criatura a partir aproximadamente del segundo año de edad se  siente a sí misma en el centro del universo y ante cualquier frustración o insatisfacción de sus crecientes necesidades reacciona con enojo e ira. Como su sistema yoico es muy inmaduro tanto desde la vertiente neurológica como muscular, no puede expresar contundentemente un comportamiento agresivo, es decir, presencia. La criatura reacciona encolerizándose, llorado, chillando, mordiendo, tirando cosas, etc. Ante estas reacciones tan contundentes, los padres, al interpretarlo desde su punto de vista como rebeldía y desobediencia, pueden responder con mayor enojo y castigarlo de diversos modos incluyendo lo corporal. En tal confrontación los padres siempre salen triunfadores, pues necesita de ellos su atención y seguridad; al fin la criatura reprime toda su hostilidad y agresividad confinándolo en su interior, en su inconsciente, creando una condición que llamamos masoquismo. Si los castigos so predominantemente corporales, la defensa masoquista le fija ate la violencia física y sus impulsos libinidales quedan sujetos a la misma tanto en el aspecto de alivio tras la violencia física de sometido como en la exteriorización compulsiva de violencia y hostilidad ligada al sadismo.  Si los castigo son más psíquicos y morales se produce la condición denominada masoquismo psíquico. Centrándoos en el tema que nos ocupa, se aprecia que tanto en los homosexuales masculinos como femeninos, en el proceso psicoterapéutico, aparece una ansiedad de castración que subyace en la actitud binaria de dominio-sumisión de la que ya he hecho mención antes y que inevitablemente manifiesta abundante actitud masoquista.


En el masoquismo psíquico el dolor y el sufrimiento tienen su origen en la vivencia de ser objeto de insultos o situaciones degradantes que atentan la propia integridad personal. Como aún no se da un sentido yoico que pueda defenderlo y contextualizar la vivencia, se produce se un potente sentimiento global de humillación ante el mundo y las relaciones. Una vez internalizada la hostilidad y reprimida a modo de “sombra”, el sentimiento de humillación es lo que dispara el estímulo desencadenante de la excitación sexual. El problema del masoquismo psíquico tanto en heterosexuales como en homosexuales es la incapacidad de expresar el sentimiento sexual si no es bajo condiciones que muestres cierta humillación, degradación, dolor y sufrimiento; condiciones bajo cuya influencia se pierde el propio respeto. En esta fijación se da una falta de autorrespeto. Condición que se hace evidente en las relaciones tan insanas en las que se da la violencia de género y que desgraciadamente afecta a tantas mujeres de toda edad y condición social y que puede poner en riesgo la propia vida.

Veamos ahora como la aparición del masoquismo en su variante psíquica hunde sus raíces en un déficit de atención de atención de los padres hacia la personalidad de sus hijos.

El ser humano, como cualquier organismo animal nace con un sentido innato e inconsciente (instintivo) de lo que le es bueno y favorable. Si se respetan sus derechos y necesidades crecerá hasta realizarse en un joven y adulto gozoso bien adaptado. La sexualidad desde el inicio de la vida se manifiesta en todas las funciones corporales, por ello los niños son seres sexuados.  Se trata de una sexualidad corporal difusa, no genital. Como ejemplo nos sirve el amamantamiento, en el que se da una relación entre función  corporal y placer erótico; pero todas las otras funciones corporales también tienen un componente placentero que también puede describirse como erótico. En las criaturas cualquier pérdida de placer corporal se experimenta como una privación o un daño físico, ante lo cual el niño-a reacciona con todos sus recursos disponibles.

En el estado de desarrollo ligado a los dos años, el niño-a aún no ha construido un yo, un arraigo con su presencia e identidad y por ello tampoco puede sentir ese orgullo sano e integrado en el gozo de su esplendor de sensaciones y sentimientos corporales; este orgullo es producto de un yo fuerte que el ser va adquiriendo en el transcurso de las experiencias. Es por ello que esa pérdida de placer ocasionada por la incomprensión y la aplicación de la autoridad de los padres mediante expectativas y obligaciones no se viven como insultos al orgullo antedicho, sino a la totalidad de su ser. A resultas de ello y a que se trata de un episodio singular, sino de una actitud parental, el que deviene masoquista no ha adquirido este tipo de orgullo yoico, en todo caso fragmentario y frágil, puesto que nunca tuvo la oportunidad de desarrollarlo en sí mismo y en su cuerpo. Pero no se impide el desarrollar progresivamente otro tipo de orgullo secundario ligado a la necesidad de sentir una importancia personal y que le hace debatirse entre el desprecio arrogante por hostilidad a los opresores y la derrota impotente unida a la culpabilidad por la sumisión y correspondiente humillación.
Queda dicho que en el cuerpo infantil se da inseparablemente la sexualidad y la personalidad. En el adulto, aunque la sexualidad se asienta en la genitalidad, sigue implicando a todo el cuerpo como placer y la personalidad lo integra en un todo. El cuerpo de la persona homosexual de origen neurótico ha perdido o se ha distanciado de sus buenos y placenteros sentimientos, de sus sentimientos sexuales; por ello este tipo de homosexual es una persona con mermas en el orgullo primario asociado a la presencia y en tal situación desarrolla rasgos caracteriales de tipo masoquista.

Otra etapa muy importante que influye es la edípica. Acontece entre los cinco y seis años y es de máxima importancia en la evolución psico afectiva de cualquier niño o niña. Se trata de la aparición de genuinos sentimientos sexuales ligándose al mundo genital, aunque éstos no maduren plenamente hasta después del periodo de latencia, cuando acontece la pubertad y adolescencia. El problema edípico del homosexual neurótico se vuelve insolucionable cuando de niño se unen los sentimientos pregenitales, en especial orales con los genitales. Este conflicto que surge tanto en el homosexual masculino como en el femenino es la imposibilidad de renunciar a los sentimientos orales en favor de los genitales, de desapegarse del funcionamiento inmaduro propio de lo infantil en favor de un sentir genital propio de la adultez.

En el periodo de latencia, al concluir la fase edípica en la infancia, se caracteriza por la supresión del sentimiento sexual manifiesto, aunque persista la percepción de la sexualidad. El homosexual de origen neurótico no suele pasar por un periodo normal de latencia. Debido al tipo de relación con sus padres, muestra una curiosidad acrecentada por la sexualidad adulta; dando lugar a una especial preocupación por la sexualidad que les es característica. Acontece de modo semejante a aquellos niños-as que siendo objeto de abuso sexual por parte de adultos quedan fijados en un tipo de sexualidad genital precoz que impregna toda su personalidad impidiéndoles su natural maduración. En ambas situaciones acontece que los sentimientos sexuales genitales impuestos por los adultos sobre los naturales infantiles producen su represión, perdiéndose en el cuerpo, pero presentes y perturbadores en el ámbito de la imaginación y fantasía; una hiperexcitada sexualidad de tipo mental.

Y finalmente en la pubertad y adolescencia, aunándolo todo la acción hormonal, se desarrolla el clímax del proceso cuando tales impulsos de tipo homosexual activados por la maduración hormonal genital son tan intensos que ya no se pueden contener a menos que se realicen heroicos esfuerzos de contención y ocultación. Aún con todo, el que lo asuma es sólo cuestión de tiempo.
Habiendo visto como las conflictividades asociadas a ciertas fases del desarrollo psicosexual infantil pueden conducir a una homosexualidad cuando actúan en conjunto, podemos seguir con la exposición explicativa de la personalidad neurótica de tal tipo de homosexualidad, viendo que ya es más fácil el entendimiento de lo que en su mundo profundo acontece.
Una de sus principales problemáticas es la dificultad de tolerar la excitación genital en un cuerpo con carencias de sentimientos placenteros. Se entiende por sentimiento sexual el deseo de cercanía y de fusión entre dos cuerpos. Lo que en anteriores escritos defino como amor.
Los genitales desempeñan la función de descarga. La excitación se incrementa estimulada por el contacto deseado entre ambos cuerpos y se descarga en el acto sexual a través del aparato genital manifestando el orgasmo. Su libre y natural expresión se denomina “potencia orgásmica y todo aspecto neurótico la bloquea o mediatiza dificultándola.

En la homosexualidad que nos ocupa el individuo no puede desarrollar la potencia orgásmica y menos sentirla. La plena descarga no es posible pues la confianza y la entrega están seriamente afectadas por los síntomas neuróticos. En consecuencia tal persona se siente incompleta, inarmónica y sufriente; y este malestar o sufrimiento, junto a los sentimientos negativos, lo exterioriza, lo actúa (acting aut) en contra de sus padres, de la sociedad y de sí mismo. No comúnmente de una forma explícita y consciente, sino de un modo más o menos subconsciente y subjetivo. Es por ello que frecuentemente desdeña los valores aceptados por la mayoría de la sociedad. Muestra una aguda crítica de la cultura aunque su crítica se exprese de modo muy personal, satírico o simbólico. Con ello no sugiero que cualquier muestra de inconformismo y de aspiración a cambio social o político sea su expresión. Ya he dicho repetidas veces que la cultura en la que vivimos es causa de neurosis y seguirá siéndolo hasta que evoluciones y se libre de sus atributos autoritarios propio de su adscripción a un modelo patriarcal.
Desde el punto de vista bioenergético el abordaje de las problemáticas asociadas a la homosexualidad de etiología neurótica siempre se produce con una doble mirada: Desde el aspecto físico y desde el aspecto psicológico. En el aspecto físico se debe reconocer y remediar el fenómeno de un cuerpo con poca vitalidad; es el aspecto tangible de esta manifestación; es algo igualmente válido para los homosexuales masculinos y femeninos. Se interviene terapéuticamente incrementando los sentimientos corporales por medio de la movilización de la respiración, creando más sensaciones físicas y reduciendo el estado de tensión muscular. En el aspecto psicológico se produce un análisis de la relación del cliente con el sexo opuesto en el contexto de su plena personalidad. También hay que explorar la relación con sus padres obteniendo compresión sobre el origen de esos sentimientos hacia el sexo opuesto; asimismo se debe entender que a un nivel inconsciente cada relación homosexual es la repetición de la experiencia infantil con la madre. Cuando se integran estos dos aspectos psicoterapéuticos se logra que emociones como el miedo, la hostilidad y el menosprecio por el sexo opuesto afloren de lo subconsciente y puedan liberarse. Ahora bien, como psicoterapeuta se debe tener bien claro que esta liberación siempre debe producirse en la propia sesión psicoterapéutica evitando que se manifieste, como ocurre de forma habitual e inconscientemente, en las relaciones de su vida ordinaria.
De este modo activándose la vitalidad, aflojándose la tensión y con la toma de consciencia del origen de estas emociones negativas hacia el otro sexo se va desarrollando la capacidad de abrirse a la autosatisfacción, lo que ya es una muestra clara del proceso sanador.

En todo análisis del inconsciente neurótico se dan situaciones complejas y contradictorias; pero en el abordaje de la homosexualidad de origen neurótico estas situaciones complejas y contradictorias se hacen particularmente intensas llegándose a una situación de gran confusión en el analizado que asimismo puede atrapar y confundir al analista. Es por ello que el psicoterapeuta debe tener muy claro que cada aspecto, tato físico como psicológico está, por sistema, sujeto a una doble interpretación.

En la génesis de una neurosis un solo factor puede ser lo desencadénate, pero en la homosexualidad de tipo neurótico nunca se da un único factor generador de la misma. Por ello es necesario estar muy atento y considerar cuidadosamente los diversos impulsos neuróticos que distorsionan y alteran la personalidad. Debemos tener claro, como asegura A. Lowen, que la propia relación de tipo homosexual neurótica, es un intento de escapar del bloqueo y la confusión en el que están atrapados.
Debido a esta peculiar conflictividad y confusión neurótica tanto en el homosexual latente como en el explícito, pero aún no convencido, se da el deseo y la disposición de experimentar la experiencia homosexual. Mientras no acontezca la experiencia de encuentro homosexual con su consecuente descarga y satisfacción, el o la homosexual neurótico-a, en mayor o menor grado, mantendrá el esfuerzo por una relación heterosexual, a pesar del planteamiento de serias dificultades. De ello se concluye que en tal situación neurótica la opción de asumir la plena homosexualidad es la última elección.

La homosexualidad de origen neurótico exige, por tratarse de una condición de neurosis, que la relación se dicotomice en lo que se denomina manifestación “activa o masculina” y “pasiva o femenina” de la misma. Esta presentación dicotómica expresada así resulta engañosa y encubre su verdadera naturaleza de tipo neurótico. Puede mostrarse “activos” en un primer momento y en el siguiente “pasivos” sea con la misma pareja o con otra, e incluso este cambio de roles puede darse de forma consecutiva durante una misma experiencia sexual. Y no debe confundirse con los matices lúdicos de manifestación de intimidad y mutua presencia. No, esta disposición engañosa binaria oculta la verdadera naturaleza de un tipo de relación típicamente neurótica de dominación y sumisión; tipo de relación asimismo presente en las relaciones neuróticas heterosexuales. Es típico de toda relación neurótica que un integrante de la pareja sea dominante y el otro sumiso, trátese de homosexualidad o heterosexualidad. No se trata de una entrega mutua amorosa, sino de una relación de control-dominio actuando sobre el/la otro-a que es objeto de control, se so mete y obedece. Se trata de una relación personal y sexual de tipo asimétrico aunque se muestre en alternancia. Ya en la primera parte de “Orientaciones de género y neurosis” he tratado este aspecto neurótico de la relación de poder haciendo referencia a las cuestiones de género y ahora no me voy a repetir.
Ya he indicado antes que la homosexualidad de origen neurótico es un modo compulsivo de sexo. Esta cualidad compulsiva proviene de la necesidad de estimular el cuerpo, es decir de reconectarse con sentimientos sexuales sujetos por represión. En este caso no se trata de genuino deseo de contacto sexual por sentirse sexualmente excitado; el aspecto esquizoide de inhibición vital y por ello de sensaciones y sentimientos; sino de una necesidad de contacto sensible que puede dar lugar a una relación sexual. Es la cualidad compulsiva ideacional y fantasiosa la que le confiere el deseo de sexo. Por ello la homosexualidad de origen neurótico es un fenómeno sensual resultante de la represión natural de los sentimientos sexuales y reproducidos secundariamente con la necesidad de contacto sensual y su correspondiente repercusión en el ámbito de la fantasía de tipo sexual. De este modo ideacional y fantasioso reviven inconscientemente las fases evolutivas de las etapas psicosexuales cuyos aspectos conflictivos y mal resueltos se actualizan en esta tendencia homosexual.

Habiendo apuntado los distintos puntos neuróticos que convergiendo general esta personalidad homosexual, se puede ver que es un proceso plenamente evitable. Sería mucho esperar que se evitara todo componente neurótico en los niños; ya dije que se trata de algo graduado y no tanto de su inexistencia en nuestra forma cultural.
Los aspectos esquizoides y orales se evitan plenamente cuando los hijos son naturalmente deseados y se siente amor-placer en atenderlos en sus periodos de gestación extrauterina y lactancia. En el aspecto masoquista, en ambos padres, esta actitud amorosa-gozosa hace posible que se integre la dialéctica cultura-naturaleza de manera que el niño-a no sufra la pérdida del autorrespeto. Se evita si los padres son capaces de manejar sus propias reacciones con el autorrespeto y la dignidad; cosa que fluye con espontaneidad en un ambiente sano y saludable, donde la sexualidad madura excluye la sofisticación sexual. Donde la satisfacción de la propia presencia, ese orgullo sano, es inseparable de estar arraigada en la propia experiencia de vivir el cuerpo.
Cuando al criatura alcanza la fase edípica, ha podido superar y dejar atrás los sentimientos orales ligados a la madre por otros más maduros, conforme evoluciona su organismo y su vivencia sexual centrándose más y más en los genitales, lo que produce sensaciones más intensas de placer sexual que, más adelante tras el periodo de latencia, a través de la potencia orgásmica, serán experiencias sublimes. En este contexto la sexualidad y arraigo yoico a la presencia hace que no se produzca ese orgullo secundario (importancia personal) de tipo metal-fantasioso; y por ello el contacto corporal responde al deseo afectivo y no es, como antes indiqué, un pretexto de excitación de fantasía sexual que conduzca al sexo; ya que la propia relación sexual es el resultado directo y natural de sentimientos y consecuente deseo, algo enteramente de tipo genital.

Una vez manifiesta y asumida la homosexualidad de origen neurótico el objetivo no es, ni debe ser, el hacerla desaparecer. Lo importante es reducir, sanar e incluso eliminar los aspectos neuróticos. La persona en tal situación restablece el pleno contacto con su ser y cuerpo y queda libre para elegir, conforme a sus experiencias y afectos, cómo conduce y con quién comparte su sexualidad, perfilando su opción de género.
Aunque los aspectos neuróticos quedan como una cierta tendencia, la integridad de un cuerpo vital pleno de sentimiento y arraigo en su presencia como poder, hace que estos queden neutralizados; que la confianza y capacidad de entrega sea el objetivo y no el satisfacer deseos inconscientes relacionados con fijaciones inmaduras de tipo pregenital.
Síntesis de la problemática de la homosexualidad de origen neurótico:
-Dificultad de tolerar la excitación genital en el cuerpo con carencias de sentimientos placenteros.
-Se trata de un intento de escapar del bloqueo y confusión en el que están atrapados estando construido por manifestaciones neuróticas.
-En esta situación la plena homosexualidad es la última elección.
-Se trata de una relación asimétrica de dominio-sumisión.
Pronostico en el proceso psicoterapéutico:
Tanto más se  mejora cuanto menos problemática haya en la supresión de los sentimientos corporales. La problemática es la complejidad neurótica y no la homosexualidad que, en todo caso, se centra en una decisión personal.
En los siguientes escritos ahondaré más específicamente en la homosexualidad latente, la bisexualidad, la sexualidad gay y la lesbiana; siempre partiendo de su configuración neurótica. No cuestiono otras variables de la personalidad que, siendo saludables, apoyen la elección homosexual, sean coyunturales o estructurales.




Agosto de 2015.


Ernesto Cabeza Salamó






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